Viernes, soleado, bullicioso, un día cualquiera;
un trabajo temporal más, pero a
diferencia de otros, este largo viaje, tiene otros propósitos, cobrar algunas arrugas
y atender un llamado familiar, necesitan de mi –casi siempre- estéril presencia, para atender algún tema familiar pendiente, es un poco raro y
preocupante, pero mi nueva faceta positiva, repele cualquier atisbo de
descuento a mis años renacentistas de
hoy, aunque debo confesar mi inocencia
de entenado putativo de la fútil pretensión, de no ser un desagradecido hijo y hermano de la abnegación
y paciencia que mi casta, siempre ha tenido para conmigo.
Baje de un bus para estar detrás
y delante de otros buses, estoy a bordo
de otra caja motorizada, luego de reclinables
mil kilómetros de sueño controlado y el
ultraje a las cero tolerancias; este tráfico viola mi paciencia, cada 10 metros,
la dictadura del rojo, verde y amarillo en cada esquina, me lleva de mi yo materialista
a mi yo sentimental; quiero detenerme, matar a alguien, hacerle el amor a la sexi
PNP que desorienta el tráfico, hacer una llamada en medio de este mundo de CO2. Logro llamar; la línea viene, se va, vuelve, malditos números personales, no lo
son, jamás lo fueron, jamás lo serán.
A medio trayecto, un par de niños de 10 a 12 años tal vez, dentro de una camioneta que cruza temeraria el
vehículo que abordo; una aventurera conductora, se detiene, controla a uno de
esos engendros, uno vestido de abeja; y la otra en el asiento de a lado, con menarquia a la vista, impávida, hace caso
omiso del espectáculo; no importa, pero termino sobre la vereda; y cambio de
idea, husmeo mi psiquis en el tacómetro, mi moral hace combustión en alguna parte; ¿cuánto
debe marcar la razón para no ser Hannibal Lecter…?, ya inconsciente y negligente
a la vez; me bajo, me acerco a la luna y grito a esta
puta loca, lo que jamás le dicho a
ninguna madre o hago mierda a este mocoso mitad abeja; ninguna de las
anteriores… me viene el recuerdo de mi
madre detrás mío, yo no era una abeja, era más, como una mosca con una madre ayuntando
la caca.
Es mi primera parada, en un espeluznante
palacio municipal, el personal femenino va fajada dentro de un fenómeno uniforme verde-pus infecto, siempre creí que cada
mujer es única, pero homogenizadas así, son mercancía en cierrapuertas de un camal. Mi
hermano llama, (con desconfianza, indaga si tengo o no resaca) y un “todo está
bien, estoy en camino…”; lo tranquiliza; en eso, descubro un pequeño anuncio “La atención será suspendida, a partir de las
11 a.m…”; leo mientras estas tres obesas mórbidas me van tomando las medidas de
reojo; las envío la carajo a sus tres tristes y gelatinosos
traseros; me largo pensando, en algo que dice mi madre, ella tiene sobrepeso, ¿pero una faja?, “jamás… de los
jamases, esas cosas solo ocultan verdades y venenos…”.
Mi segunda cita, continua con un cliente
que me pidió encarecidamente esperar por un pago, hasta el día de hoy; coincide
con mi visita a la ciudad; que la “Mamita de Chapi” bendiga mi inocencia, salude
mi miseria y se recoja a este conchudo. Su asistente, masajista o
secretaria me dice no está y tampoco volverá,
es una exuberante fémina treintañera, segura de su cuerpo y no de sus palabras, pregunta
¿si puede servirme, en algo más?, ¿Tal vez, en hacerla madre hoy
señorita?; mejor me calmo y trato de no violar a esta vedette… ¿Señorita, puede chupármela
–me corrijo- llamarlo…?, titubea, pero dice que sí. Contesta, -¡Señor Cornejo,
buenos días!, Ud. me cito, necesito mi dinero… ¡Yo no tengo la culpa que su vieja,
este mal de salud, ¿Si la quiere tanto, porque hace que yo le recuerde
su existencia, a cada rato?!.... Respiro nuevamente, me trago cada letra y
recuerdo que mi madre, aún está demasiado viva y muy sana, quiero que siga así, ya que mis servicios profesionales no lo son; mis
servicios como el mejor de los cojudos, hoy brilla; así definiría mi madre a
cada huevón que trabaja y no cobra.
Mi tercera parada, frente a un reloj gigante de pulsera en la pared; espero
hable alguien aquí, la mesa, la silla, los deformados pechos de esta nueva señora que tengo en frente, es “Hermelinda”, me pide paciencia, y la tecnología
táctil interrumpe… -¿Vas a ir gatita?-; se encorva,
susurra y voltea. -¡Iré como a las 3 de la tarde!- ¡mi gordo llega hoy…!. Y de vuelta y
media,-¡Sí, dígame señor!-, y mi cara ya tiene la forma de su amorfo pecho. -¡Tengo
que…!- Y adelanta su negativa girando la cabeza, -Hoy el doctor estará indispuesto, me lo acaba
de confirmar por mail, pero hable con él señora…, imposible, me ignora. Antes que lance alguna idea… ya he imaginado patearle
el culo a una cincuentona antes…, pero me agradece la comprensión que no tengo, no diré nada, antes
de mandarla a la real mierda, asumo mi posición
y decido irme con ella.
Mi día de cobranza acabo, mal, pero
acabo. Me dirijo a mi cita familiar, saludos a todos, pregunto por Mama, y la
esposa de mi hermano mayor rompe en
llanto, comenta que mi madre llora, está cansada del menú de sopa blanca y gelatinas, ella quiere un gran estofado de
carne, un buen trozo de rocoto y beberse medio litro de gaseosa a solas… como
lo hacía conmigo detrás del mostrador de
su tienda de abarrotes, escondiéndonos de todos, como si de echarnos un porro
se trataría, eran dos enormes vasos de “Fantita o Inka Kolita” acompañados de tres a cinco panes –a un pan y medio, o dos y
medio para cada uno-, perfecto pretexto para cuchuchear el ultimo chisme del vecindario.
De pronto, olvido y recuerdo todo, que
no tengo dinero, que perdí la mañana, y
ahora acabo de perder el apetito. Mi espíritu grosero queda insano, mis
hermanos mudan; un rollo de sonidos y películas con mi madre de protagonista, se
mezclan como las malditas bocinas del
maldito tráfico de esta maldita ciudad, hasta que aparece en mí, un desconocido
arrepentimiento; perdón a la madre
abeja, al trío pimpinela, a la bataclana y a Hermelinda…
Un día sudando después de bailar como un
trompo por más de 20 minutos seguidos, muy contenta me dijiste, “Nada sirve hijito, si no eres feliz”. Yo que
siempre me quejaba, puedo decir que contigo lo tuve todo; tuve tus brazos
cuando yo no podía extenderlos; tuve
odio, cuando detrás de un ojo morado, lavando ropa, descubrí que llorabas; tuve
fe, cuando egoísta decidí terminarlo todo; tuve luz, cuando decidí mudar los días y llorar
las noches; y aun cuando más derrotas que luchas tuve, me diste paz, esa que tal
vez, todo hijo termina robando a su madre.
El hecho fáctico madre; hoy, que ya no estas; es que efectivamente nada sirve, nada...; mis malas palabras; tu DNI, tu altar a la Virgen de Chapi, el llanto de tu única nieta, ese perro al que llamabas "Loco", tu número de RUC, los zapatos chinitos talla
37, la sábila que ahorcabas detrás de la puerta, tus lentes bifocales, tus blusas XL, el historial crediticio en un banco, tus chocolates escondidos, los estúpidos oncólogos, tu negocio de 35
años, esas tus chismosas comadres, tus traicioneras
células, el cobarde dios que amaste,
la soledad de tu esposo, estas letras, tu hijo feliz…
.
A la memoria de tu viejita piedrol
ResponderBorrarSiga siendo muy feliz
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