2 de noviembre de 2014

NADA SIRVE...NADA


“NADA SIRVE…NADA”
Viernes, soleado, bullicioso, un día cualquiera;  un trabajo temporal más, pero a diferencia de otros, este largo viaje, tiene otros propósitos, cobrar algunas arrugas  y atender un llamado familiar, necesitan de mi –casi siempre- estéril presencia, para atender algún  tema familiar pendiente, es un poco raro y preocupante, pero mi nueva faceta positiva, repele cualquier atisbo de descuento a mis años  renacentistas de hoy, aunque  debo confesar mi  inocencia  de entenado putativo de la fútil pretensión, de  no ser un desagradecido hijo y hermano de la abnegación y paciencia que mi casta, siempre ha tenido para conmigo.
Baje de un bus para  estar  detrás y delante de otros buses,  estoy a bordo de otra caja motorizada, luego   de reclinables mil kilómetros de sueño controlado y  el ultraje a las cero tolerancias; este tráfico viola mi paciencia, cada 10 metros, la  dictadura del rojo, verde y amarillo  en cada esquina, me lleva de mi yo materialista a mi yo sentimental; quiero detenerme, matar a alguien, hacerle el amor a la sexi PNP que desorienta el tráfico, hacer una llamada en medio de este mundo de CO2. Logro llamar; la línea viene, se va, vuelve, malditos números personales, no lo son, jamás lo fueron, jamás lo serán.
A medio trayecto, un par de niños de  10 a 12 años tal vez,  dentro de una camioneta que cruza temeraria el vehículo que abordo; una aventurera conductora, se detiene, controla a uno de esos engendros, uno vestido de abeja; y la otra en el  asiento de a lado,  con menarquia a la vista, impávida, hace caso omiso del espectáculo; no importa, pero termino sobre la vereda; y cambio de idea, husmeo mi psiquis en el tacómetro, mi  moral hace combustión en alguna parte; ¿cuánto debe marcar la razón para no ser Hannibal Lecter…?, ya inconsciente y negligente a la vez;   me bajo, me acerco a la luna y grito a esta puta loca, lo que  jamás le dicho a ninguna madre o hago mierda a este mocoso mitad abeja; ninguna de las anteriores… me viene el recuerdo  de mi madre detrás mío, yo no era una abeja, era más, como una mosca con una madre ayuntando  la caca.
Es mi primera parada, en un espeluznante palacio municipal, el personal femenino va fajada dentro de un  fenómeno  uniforme verde-pus infecto, siempre creí que cada mujer es única,  pero homogenizadas así,  son mercancía en cierrapuertas de un camal. Mi hermano llama, (con desconfianza, indaga si tengo o no resaca) y un “todo está bien, estoy en camino…”; lo tranquiliza; en eso,  descubro un pequeño anuncio  “La atención será suspendida, a partir de las 11 a.m…”; leo mientras estas tres obesas mórbidas me van tomando las medidas de reojo; las  envío  la carajo a sus tres tristes y gelatinosos traseros; me largo pensando, en algo que dice mi madre, ella tiene  sobrepeso, ¿pero una faja?, “jamás… de los jamases, esas cosas  solo  ocultan verdades y venenos…”.
Mi segunda cita, continua con un cliente que me pidió encarecidamente esperar por un pago, hasta el día de hoy; coincide con mi visita a la ciudad; que la “Mamita de Chapi” bendiga mi inocencia, salude mi  miseria y se recoja  a este conchudo. Su asistente, masajista o secretaria  me dice no está y tampoco volverá, es una exuberante fémina treintañera, segura de su cuerpo y no de sus palabras,  pregunta  ¿si puede servirme, en algo más?, ¿Tal vez, en hacerla madre hoy señorita?; mejor me calmo y trato  de no  violar a esta vedette… ¿Señorita, puede chupármela –me corrijo- llamarlo…?, titubea, pero dice que sí. Contesta, -¡Señor Cornejo, buenos días!, Ud. me cito, necesito mi dinero… ¡Yo no tengo la culpa  que su vieja,  este mal de salud, ¿Si la quiere tanto, porque hace que yo le recuerde su existencia, a cada rato?!.... Respiro nuevamente, me trago cada letra y recuerdo que mi madre, aún está demasiado viva y muy sana,  quiero que siga así,  ya que mis servicios profesionales no lo son; mis servicios como el mejor de los cojudos, hoy brilla; así definiría mi madre a cada huevón que trabaja y no cobra.
Mi tercera parada, frente a un  reloj gigante de pulsera en la pared; espero hable alguien aquí, la mesa, la silla, los deformados pechos  de esta nueva señora que tengo en frente,  es “Hermelinda”, me pide paciencia, y la tecnología táctil interrumpe… -¿Vas a ir gatita?-;  se encorva,  susurra y voltea. -¡Iré como a las 3 de la  tarde!- ¡mi gordo llega hoy…!. Y de vuelta y media,-¡Sí, dígame señor!-, y mi cara ya tiene la forma de su amorfo pecho. -¡Tengo que…!- Y  adelanta su negativa girando  la cabeza,  -Hoy el doctor estará indispuesto, me lo acaba de confirmar por mail, pero hable con él señora…, imposible, me ignora.  Antes que lance alguna idea… ya he imaginado patearle el culo a una cincuentona antes…,   pero me agradece la  comprensión que no tengo, no diré nada, antes de mandarla a la real mierda,  asumo mi posición y decido irme con ella.
Mi día de cobranza acabo, mal, pero acabo. Me dirijo a mi cita familiar, saludos a todos, pregunto por Mama, y la esposa de mi hermano mayor  rompe en llanto, comenta que mi madre llora, está cansada del menú de sopa blanca  y  gelatinas, ella quiere un gran estofado de carne, un buen trozo de rocoto y beberse medio litro de gaseosa a solas… como lo hacía conmigo  detrás del mostrador de su tienda de abarrotes, escondiéndonos de todos, como si de echarnos un porro se trataría,   eran dos enormes vasos de “Fantita o Inka Kolita” acompañados de  tres a cinco panes –a un pan y medio, o dos y medio para cada uno-, perfecto pretexto  para  cuchuchear el ultimo chisme del vecindario.
De pronto, olvido y recuerdo todo, que no tengo dinero, que perdí  la mañana, y ahora acabo de perder el apetito. Mi espíritu grosero queda insano, mis hermanos mudan;  un rollo de sonidos y   películas con mi madre de protagonista, se mezclan como las malditas bocinas del maldito tráfico de esta maldita ciudad, hasta que aparece en mí, un desconocido arrepentimiento; perdón a la  madre abeja, al trío pimpinela, a la bataclana y a Hermelinda…
Un día sudando después de bailar como un trompo por más de 20 minutos seguidos, muy contenta me dijiste,  “Nada sirve hijito, si no eres feliz”. Yo que siempre me quejaba, puedo decir que contigo lo tuve todo; tuve tus brazos cuando yo no podía extenderlos;  tuve odio, cuando detrás de un ojo morado, lavando ropa, descubrí que llorabas; tuve fe, cuando egoísta decidí terminarlo todo; tuve luz, cuando decidí mudar los días y llorar las noches; y aun cuando más derrotas que luchas tuve, me diste paz, esa que tal vez,  todo hijo termina robando  a su madre.
El hecho fáctico madre; hoy, que ya no estas; es que efectivamente  nada sirve,  nada...; mis malas palabras; tu DNI,  tu altar a la Virgen de Chapi, el llanto de tu única nieta, ese perro al que llamabas "Loco",  tu número de RUC, los zapatos chinitos talla 37, la sábila que ahorcabas detrás de la puerta, tus lentes bifocales,  tus blusas XL, el  historial crediticio en un banco,  tus chocolates escondidos, los estúpidos oncólogos, tu negocio de 35 años, esas tus  chismosas comadres, tus traicioneras células,  el cobarde dios que amaste, la soledad de tu esposo, estas letras,  tu hijo feliz…
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