23 de diciembre de 2014

"LA CHICA DE LOS FALSOS OJOS VERDES"


“La chica de los falsos ojos verdes”
(Una  subcrónica de amor)

 El trabajo otorga a nadie dignidad, los únicos hallazgos de dignidad humana, los he  encontrado exhausto junto a una mujer desnuda y excitada; al término de una botella de Jack Daniels  y  una sola vez en esos tus grandes y  falsos ojos verdes.

En esa época, ella trataba de salvar al mundo y yo trataba de salvarme de  la mendicidad, para sobrellevarme y soportar la presión de vivir así, me interese por referencias familiares, en el  SUICYD -Sociedad de  Indómitos  Contribuyentes del Yugo con Decoro-  lo integran   man’s como uno,  con prometedores  pasados y futuros sombríos, sin presencia respetable y  lenguaje indecente, eran organizados con la mejor directriz en uso  del mejor  discreto doblez reptil,  velaban   sentimientos más que derechos y algunas razones para el  ejercicio del más repudiable y coyuntural trabajo que uno pueda encontrar, luego  de una forzosas “j-aulas” o luego de una  bien alimentada necesidad básica. La pasión decían, era el  motor; todo integrante tenía que estar empleado, a nadie se le objetaba elección alguna,  pues la acción de  sobre-vivir,  importa más que la sencillez del buen vivir, todo se trataba de hacer algo con el corazón y  no de ser solo un solitario quejón. En esa faceta, aparece ella;  en la maldita obligatoriedad de un trabajo con  deprimentes etcéteras y una agrupación  formal de escape a la más real de las realidades.

En ese sentido…, -como diría mi circunstancial contratante- cito el día que llego a conocerla;  su voz a través de un intercomunicador y segundos después, frente a mí, la más sostenible esperanza de femineidad  me decía -¡Buenas tardes Señor!, mucho gusto-, ¿Yo?, ¿Señor?; si en ese instante de conocerte te abrazaba debajo de un árbol, un lunes de enero, con crepúsculo de fondo, en la más virgen y bella  montaña de la sierra peruana, frente al panorama más verde que puede tener un valle, arrancándome el corazón y derritiéndome en tus manos. La ojiverde mas imponente del ecosistema tierra me obsequiaba su saludo más green;  en zapatillas, mochila al hombro,  con jeans de estudiante de universidad católica, y los más confusos risos de toda la vía láctea me regalaba segundos de estancia en sus pupilas…; tutéame, maldíceme, abúsame… que con contigo, el sexo debe dejar de ser eso. 

Semanas después, debí comunicar a mis compañeros de SUICYD, la  reveladora circunstancia, que  daba cuenta que no estaba tan incapacitado para poder ser feliz, y estos conchudos me dijeron que había enloquecido, que la dejara ir, de ese modo me descubriría a mí mismo; el semen reprimido de estos cojudos se les subía a la cabeza… para mí,  ya  nada sería igual sin ella. Soñaba con su silueta en el rojo del ocaso más feroz, deambulaba en su frondosa cabellera  jugueteando en inquietos follajes, entibiando sus fríos cachetes que exponen su interior más majo. Pero confieso me canse, sí, me canse de escurrirme detrás de esos instantes que compartí con ella, husmeándola en la estupidizante  web,  en cada calle al sol o  llovizna, en el absorbente caos y en el omnipresente llanto  de una gran  ciudad, con  incesante ocio de  insistencia y resistencia a la  idea de encontrarla,  entre  los diarios  neonatos versos que escribo y reescribo, en los whisky on the rocks de lonche y  los penosos encuentros amatorios casuales que abomino, voy  hundiéndome en la  nostálgica convergencia de fortuna, que encuentro en  ese color de sus ojos  bamba…

Ese mismo día, exponía mi mejor disimulo, cada diez segundos atendía cada detalle en ella, como si de buscar señales de materialidad deseara, y  plumas coqueteando con la gravedad en su espalda, después de cada juvenil movimiento, me perdía en esa danzan y junto a ellas, caía  a su ritmo, a la sombra de cada silaba, de cada palabra. Abrió su mochila, abre un cuaderno y la mejor teoría de mujer inteligente y guapetona iba caligrafiada  en hojas cuadriculadas, en  tinta azul y más verde;  sus manos aleteaban como  mariposas  en un  poema a  la alegría; para mí, nunca término ese día;  y si  baba  me falta, es porque ese  día lo perdí todo, ella representaba el nacimiento y funeral de un alago, mi desbocada imaginación se declaró furtiva, mientras mi orgullo protagonizaba  su escena más trágica. C’est  fini a mis discursos;  stop a las palabras; out para la más  triste y solitaria de las resacas,  la libertad de amar  reposa en esos tus falsos ojos green.

En mi desesperación, trataba de pedir ayuda, escribí a los SUICYD: “Siento  no tener motivos ya, para continuar con ustedes;  una motivación mayor extraordinaria ha llegado a mí,  y hoy la comparto  estas líneas;  me he perdido repentinamente en la belleza que te da la libertad, y esta no  involucra sobrevivencia o acciones con decoro, el mundo se volverá más  feo,  si me quedo aquí, con ustedes”. Fui detrás de ella, decidí escribir  algo,  pero temía sonar triste, cursi o idiota, o peor como un  puerco  asediante. En paralelo soportaba la  insistencia de los   SUICYD,  volví a verlos, pero  se enojaron cuando los califique de penosa, la  misógina idea de unir la  mediocridad  con la incapacidad de amar.  A todos ellos, les dije que podrían irse  a la más organizada  mierda,  pero obtuve también, mas de una organizada  golpiza; gracias a ello, me recluí  y dedique días y noches a fabricarle la más  frescas historias que describan el amañe que hay en esos cetrinos ojos. 

Esa eterna tarde, ella realizaba con mucho ímpetu un trabajo universitario, para el mismo necesitaba mi opinión, pues la coincidencia anduvo de mi parte,   soñaba como toda una jovencita, iniciar la más verosímil lucha contra abolición de la belleza,  aunque era inútil,  en ese tema algo ayudaría, sin precedentes y antecedentes, expuse abiertamente mi solidaridad con  todas de sus luchas; hoy, sé que ha progresado mucho en ello; lo sé, porque hace poco estuve a medio metro de ella, yo miraba a una mampara vidriada, el reflejo de su enorme y bella cabellera es inconfundible, la distinguí de inmediato; en ese instante yo me convertí en  un suicida quinceañero apuntándose a la cien; bajando el arma segundos después. Ya desvanecida  en el tumulto de un puto mall; me odie y  la odie por un momento, pues comprobé que su belleza avanza con el  tiempo enormemente, aunque supe al verla, que disfruta como yo,  de las cosas más elementales del día a día, esas, que hacen su  vida  superable y la mía decadente.   

Y no sé, si después de  tratar de negar el color de sus ojos y escribir  borracho sobre ella, se espante,  se sorprenda o peor,  despotrique en contra de mi botella de whisky; eso jamás ojiverde, jamás… Antes de hacer algún escándalo, mejor callo, sufro y me emborracho por ti y mi fe, que se ve tan verde como tus ojos.


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