21 de diciembre de 2008

merry crismas...

Confundido en el océano de ofertas, créditos, canastas, aguinaldos ajenos, chocolateadas a la infelicidad y la dieta navideña de la mujer que deseo, decido caminar por medio de la calle, sobre la línea vehicular interrumpida esquivando autos e insultos. No quiero toparme con la caridad ni con los buenos deseos en medio de la vereda, pero detallo mi estado de ánimo y mi desprecio a ultranza a ese “Todinno” y su “Todinnito” en estas fechas. La frase del “Cuanta pasa… cuanta fruta...” cambiaba a “cuanta pasa… cuanta pasa…” cuando leíamos que el nombre de nuestro panetón era “Panetton”. Ya el aroma a sabor del chocolate Ollanta crudo entre mis dientes expira ante la voz preocupada de mi madre, reparte el chocolate a cinco regadas sobre la mesa, es medianoche y papa no a llegado, el temblor en nuestras manos va incrementándose cada vez que miramos la taza vacía del jefe de familia. El ruido de cuetillos y demás artilugios pirotécnicos afuera se incrementan, mi hermano mayor revienta los nuestros, mi madre animándose un poco nos dice que al amanecer aparecerán los regalos y en medio del humo y con un disimulado temblor compartido me toma en brazos tratando de aliviar mi ansiedad. Entre tanto ruido, villancicos, y luces en el cielo, detona la voz atropellada de mi padre, se filtra el temor y el temblor de dos sube a cuatro. De regreso a la mesa, nos sentamos, aguardamos en silencio el momento del ingreso, no esperamos escuchar pasos, los golpes en la pared, los vidrios rotos y las caídas bruscas eran el señuelo para saber que será otra noche para recordar. El show a comenzado, mi hermano menor revienta en llanto, el mayor mete en una bolsa el panteón, le hace un nudo a la bolsa y a mi garganta, nos empuja hacia de las camas. Nos protegemos bajo la sombra de un tigre de lana, vamos devorando los nervios y el panetón, aderezado por supuesto con las lágrimas del niño Manuelito. Los gritos y el escándalo llega a los vecinos uno de ellos a entrado y a puesto contra el piso a este santa Klaus cholo, la santísima trilogía en nuestro hogar Padre-Suelo-Trago no se ausentaba nunca. Entre mordiscos y jalones mi madre ha tomado un maletín con algo de nuestra ropa. Saltamos al lote contiguo y nos ayudan los tres reyes magos que viven a lado, sin percatarnos ya estábamos en unas chacras lejos de casa y estoy seguro no íbamos tras la estrella de Belén. Mi madre ha dejado de llorar, es la versión Richard Kimbol con 3 hijos en busca de su propia justicia. El espíritu navideño aparece en una camión repleto de de apio, viajábamos sobre estos vegetales húmedos, con el viento en la nuca a las 2 de la mañana, era mucho frío y pese a ello no recuerdo mejor noche. Mirando como se pierden las luces, los árboles, y esas líneas interrumpidas de la autopista nos despedimos de este ¡Merry Crismas!. Lo increíble es que han pasado tantos años y yo no e dejado de escapar, sigo huyendo.

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