“La chica de los falsos ojos verdes”
(Una subcrónica de amor)
El trabajo otorga a nadie dignidad, los únicos hallazgos de dignidad humana, los he encontrado exhausto junto a una mujer desnuda y excitada; al término de una botella de Jack Daniels y una sola vez en esos tus grandes y falsos ojos verdes.
En esa época, ella trataba de salvar al mundo y yo trataba de salvarme de la mendicidad, para sobrellevarme y soportar la presión de vivir así, me interese por referencias familiares, en el SUICYD -Sociedad de Indómitos Contribuyentes del Yugo con Decoro- lo integran man’s como uno, con prometedores pasados y futuros sombríos, sin presencia respetable y lenguaje indecente, eran organizados con la mejor directriz en uso del mejor discreto doblez reptil, velaban sentimientos más que derechos y algunas razones para el ejercicio del más repudiable y coyuntural trabajo que uno pueda encontrar, luego de una forzosas “j-aulas” o luego de una bien alimentada necesidad básica. La pasión decían, era el motor; todo integrante tenía que estar empleado, a nadie se le objetaba elección alguna, pues la acción de sobre-vivir, importa más que la sencillez del buen vivir, todo se trataba de hacer algo con el corazón y no de ser solo un solitario quejón. En esa faceta, aparece ella; en la maldita obligatoriedad de un trabajo con deprimentes etcéteras y una agrupación formal de escape a la más real de las realidades.
En ese sentido…, -como diría mi circunstancial contratante- cito el día que llego a conocerla; su voz a través de un intercomunicador y segundos después, frente a mí, la más sostenible esperanza de femineidad me decía -¡Buenas tardes Señor!, mucho gusto-, ¿Yo?, ¿Señor?; si en ese instante de conocerte te abrazaba debajo de un árbol, un lunes de enero, con crepúsculo de fondo, en la más virgen y bella montaña de la sierra peruana, frente al panorama más verde que puede tener un valle, arrancándome el corazón y derritiéndome en tus manos. La ojiverde mas imponente del ecosistema tierra me obsequiaba su saludo más green; en zapatillas, mochila al hombro, con jeans de estudiante de universidad católica, y los más confusos risos de toda la vía láctea me regalaba segundos de estancia en sus pupilas…; tutéame, maldíceme, abúsame… que con contigo, el sexo debe dejar de ser eso.
Semanas después, debí comunicar a mis compañeros de SUICYD, la reveladora circunstancia, que daba cuenta que no estaba tan incapacitado para poder ser feliz, y estos conchudos me dijeron que había enloquecido, que la dejara ir, de ese modo me descubriría a mí mismo; el semen reprimido de estos cojudos se les subía a la cabeza… para mí, ya nada sería igual sin ella. Soñaba con su silueta en el rojo del ocaso más feroz, deambulaba en su frondosa cabellera jugueteando en inquietos follajes, entibiando sus fríos cachetes que exponen su interior más majo. Pero confieso me canse, sí, me canse de escurrirme detrás de esos instantes que compartí con ella, husmeándola en la estupidizante web, en cada calle al sol o llovizna, en el absorbente caos y en el omnipresente llanto de una gran ciudad, con incesante ocio de insistencia y resistencia a la idea de encontrarla, entre los diarios neonatos versos que escribo y reescribo, en los whisky on the rocks de lonche y los penosos encuentros amatorios casuales que abomino, voy hundiéndome en la nostálgica convergencia de fortuna, que encuentro en ese color de sus ojos bamba…
Ese mismo día, exponía mi mejor disimulo, cada diez segundos atendía cada detalle en ella, como si de buscar señales de materialidad deseara, y plumas coqueteando con la gravedad en su espalda, después de cada juvenil movimiento, me perdía en esa danzan y junto a ellas, caía a su ritmo, a la sombra de cada silaba, de cada palabra. Abrió su mochila, abre un cuaderno y la mejor teoría de mujer inteligente y guapetona iba caligrafiada en hojas cuadriculadas, en tinta azul y más verde; sus manos aleteaban como mariposas en un poema a la alegría; para mí, nunca término ese día; y si baba me falta, es porque ese día lo perdí todo, ella representaba el nacimiento y funeral de un alago, mi desbocada imaginación se declaró furtiva, mientras mi orgullo protagonizaba su escena más trágica. C’est fini a mis discursos; stop a las palabras; out para la más triste y solitaria de las resacas, la libertad de amar reposa en esos tus falsos ojos green.
En mi desesperación, trataba de pedir ayuda, escribí a los SUICYD: “Siento no tener motivos ya, para continuar con ustedes; una motivación mayor extraordinaria ha llegado a mí, y hoy la comparto estas líneas; me he perdido repentinamente en la belleza que te da la libertad, y esta no involucra sobrevivencia o acciones con decoro, el mundo se volverá más feo, si me quedo aquí, con ustedes”. Fui detrás de ella, decidí escribir algo, pero temía sonar triste, cursi o idiota, o peor como un puerco asediante. En paralelo soportaba la insistencia de los SUICYD, volví a verlos, pero se enojaron cuando los califique de penosa, la misógina idea de unir la mediocridad con la incapacidad de amar. A todos ellos, les dije que podrían irse a la más organizada mierda, pero obtuve también, mas de una organizada golpiza; gracias a ello, me recluí y dedique días y noches a fabricarle la más frescas historias que describan el amañe que hay en esos cetrinos ojos.
Esa eterna tarde, ella realizaba con mucho ímpetu un trabajo universitario, para el mismo necesitaba mi opinión, pues la coincidencia anduvo de mi parte, soñaba como toda una jovencita, iniciar la más verosímil lucha contra abolición de la belleza, aunque era inútil, en ese tema algo ayudaría, sin precedentes y antecedentes, expuse abiertamente mi solidaridad con todas de sus luchas; hoy, sé que ha progresado mucho en ello; lo sé, porque hace poco estuve a medio metro de ella, yo miraba a una mampara vidriada, el reflejo de su enorme y bella cabellera es inconfundible, la distinguí de inmediato; en ese instante yo me convertí en un suicida quinceañero apuntándose a la cien; bajando el arma segundos después. Ya desvanecida en el tumulto de un puto mall; me odie y la odie por un momento, pues comprobé que su belleza avanza con el tiempo enormemente, aunque supe al verla, que disfruta como yo, de las cosas más elementales del día a día, esas, que hacen su vida superable y la mía decadente.
Y no sé, si después de tratar de negar el color de sus ojos y escribir borracho sobre ella, se espante, se sorprenda o peor, despotrique en contra de mi botella de whisky; eso jamás ojiverde, jamás… Antes de hacer algún escándalo, mejor callo, sufro y me emborracho por ti y mi fe, que se ve tan verde como tus ojos.